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> Introducción

> Rescate del caballo losino

> Después de mi marcha

> La asociación “El Bardojal”

> El caballo losino, sus orígenes

> Prototipo de la raza losina
> Otros textos

> Investigación
> Bibliografía

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Dibujo de caballo losino.

 

 

 

 

 

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Querían ver la raza en los ejemplares cruzados...

 "Moro" de Berberana)

 

 

 

 

 

 

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Yegua losina con rastra.

 

 

 

 

 

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El "Moro" de Castrobarto

 

 

 

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"Blacky" de Relloso

 

 

 

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"Blacky" de Relloso

 

 

 

 

 

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Los potros llegaron a Valdegobía

 

 

 

 

 

 

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Cuatro venían preñadas de bretón

 

 

 

 

 

 

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"Moro" de Castrobarto

 

 

 

 

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Se soltaron las yeguas en el monte de Pancorbo...

 

 

 

 

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Betún con tres años.

 

 

 

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Manada losina capturada.

 

 

 

 

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Feria de Criales de Losa (1989)

 

 

 

 

 

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Moro en 1989

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Lechal losino mordido por los lobos.

 

 

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Restos de un recental

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Yguas losinas en el pinar.

 

 

 

 

 

 

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Manada losina en las cumbres

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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El ganado en las cuadras.

 

 

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La identificació la hacía a hierro.

 

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Yegua losina en los pastos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Rescate del caballo losino

 

En el año 2005 inicié este relato sobre el Proyecto de Recuperación del Caballo Losino pero lo dejé inconcluso a la espera de ver como se resolvía la situación. Hoy quiero terminar la narración pero he decidido suprimir el exceso de datos que sobrecargaban la anterior porque, como dice el refrán “los árboles no dejaban ver el bosque”

 

Aunque me crié en Madrid, desde la infancia siempre oí hablar del caballo losino ya que en mi familia materna, que es de Pancorbo (Burgos), siempre había habido caballos losinos, al menos desde los tiempos de mi bisabuelo.

 

En mis frecuentes visitas a Pancorbo también obtuve muchos testimonios de personas que los habían tenido hasta hacía poco tiempo y todos coincidían en sus elogios a esos caballos. Alababan su fineza, su energía, su proverbial resistencia, su velocidad y aguante en la carrera y su especial docilidad, no basada en la sumisión sino en una especie de pacto, personal e intransferible, con su amo.

 

Incluso recuerdo vivamente ver a los vecinos de Cubilla de la Sierra montados a lomos de sus caballos losinos cuando ocasionalmente bajaban a Pancorbo a hacer sus compras.

 

De mi padre, de profesión veterinario y gran amante y conocedor de los caballos, también obtuve mucha información técnica sobre las jacas burgalesas y, cuando algún compañero de Burgos venía a visitarle, nunca perdía la ocasión de preguntarles por la situación de la raza, aunque sus informaciones me resultaran muy frustrantes.

 

También tuve la suerte de conocer a J. Ochoa Uriel, Director de la Estación Pecuaria de Somió y autor del librito “El asturcón o caballo del Sueve” (1945), del que me regaló un ejemplar que aún conservo, y recuerdo la emoción que me causo oírle narrar las vicisitudes de esa mítica raza que, desde los albores de la historia, aún permanecía entre las brumosas laderas del Sueve.

 

Seguí con expectante ilusión los esfuerzos que García Dory y Félix Rodríguez de la Fuente emprendieron en 1970 para la conservación de los asturcones y, hasta no hace mucho tiempo, conservé el artículo que les dedicó la revista Blanco y Negro.

 

A Félix pude conocerle, siendo yo aún niño, ya que pertenecí al Club de los Linces de ADENA. A García Dory le conocí muchos años más tarde y le aporté información y fotografías sobre el caballo losino para su “Guía de campo de las razas autóctonas de España”.

 

La suma de estas circunstancias hizo que en mi ánimo se fuera fraguando la idea de aportar mi esfuerzo para la recuperación de la jaca burgalesa.

 

En 1985, recién licenciado del Servicio Militar, decidí conocer de primera mano la situación real de esa raza e inicié un rastreo metódico por el Valle de Losa, comenzando por su centro y ampliando el círculo hasta internarme en las provincias de Palencia, Santander, Vizcaya, Álava y Navarra.

 

Durante estos viajes por la comarca procuré entrevistarme con personas mayores, que recordasen bien a la raza original, así como con todas aquellas que me pudieran aportar alguna información, como ganaderos, tratantes, transportistas de ganado, veterinarios etc.

 

La mayor parte mantenían un concepto muy nítido y uniforme de la raza, hablaban de ellos con admiración, destacando su finura “eran más finos que el coral” y su belleza “ni hechos de cera” solían decir, también su resistencia y capacidad para la carrera prolongada.

 

Distinguían al caballo losino del “carranzano” y del “orduntiego”, propios del valle de Carranza (Vizcaya) y de la sierra de Ordunte (Santander, Vizcaya y Burgos) respectivamente. Los ganaderos de Carranza y Ordunte adquirían usualmente sus sementales en las ferias de Mena y Losa, por lo que sus caballos eran muy similares en tipo y capa al losino pero, debido al clima y la calidad de los pastos, el losino tenía mejores formas, era más sólido y con una grupa más redonda que las otras dos variedades.

 

Tampoco faltaba quien, influido aún por las tesis de los defensores de la producción del caballo agrícola-artillero negaba la existencia de la raza o quería verla en los ejemplares cruzados con Postier Bretón.

 

En cuanto a su permanencia, aunque aún era muy abundante la población caballar de la comarca, la mayoría no tenía relación alguna con la raza losina y el resto estaba cruzado.

 

A lo largo de algo más de un año de continuos viajes logré localizar un total de 30 yeguas y dos sementales de indudable pureza, esparcidos por toda el área e incomunicados entre sí. Todos ellos respondían a las descripciones clásicas de la raza y al tipo definido por las personas que lo conocieron. La mayor parte eran animales adultos e incluso viejos, por lo que se hacía urgente una intervención.

 

Entre tanto fui conociendo algunas personas que también estaban preocupadas por el incierto futuro de esta raza, entre los que destacaban Paloma Barrachina, Ángel Ruiz, Germán Arregui y Eugenio Fernández. El 7-12-86 nos reunimos en asamblea y decidimos actuar conjuntamente, para lo que constituiríamos algún tipo de asociación.

 

En la “Feria del caballo losino y bretón” que se realiza anualmente en Criales de Losa, organizada por la Asociación de Amigos de Criales, conocí a los dos únicos sementales que quedaban. A esta feria concurrían caballos de toda la comarca pero, a excepción de estos dos, el resto estaban muy cruzados o pertenecían a otras razas.

 

Estos dos supervivientes eran “Moro” de Felipe Zorrilla “Morris”, de Castrobarto, y “Blacki”, de Fernando Ungo, de Relloso. El primero era utilizado como montura para las faenas ganaderas, recela y repasador (cuando ya habían cubierto los sementales bretones, se le dejaba a él en el monte para que cubriese a aquellas yeguas que no hubieran quedado preñadas de los otros). El caballo ya tenía 20 años pero “Morris” se negaba a venderlo por la buena labor que le realizaba.

 

“Blacki” era más joven y de menor alzada, y se utilizaba como recela y repasador. En Relloso había guna yegua racialmente aceptable, y en especial la “Mora”, de “Rafi”, una yegua pequeña pero de gran pureza. Tanto esta yegua, como otras cinco más habían parido hijos de “Blacki”. De estos seis potros, dos eran machos y uno (Betún) era hijo de la “Mora”. Este potro prometía ser un gran raceador, como luego se demostró. Los seis animales habían sido vendidos a un carnicero que los iba a retirar en breve, por lo que decidimos adquirirlos (1 de noviembre de 1986) y trasladarlos a unos establos en Condado de Valdivielso, donde pasaron el invierno.

 

En los meses siguientes nos dedicamos a buscar algún monte en arrendamiento, donde reunir y mantener a los caballos que fuésemos comprando. Comenzamos a buscar en el Valle de Losa, ya que considerábamos que sería bueno criar a estos caballos en ese entorno. Esto no fue posible, bien por encontrarlos ocupados por otras ganaderías, por carecer de condiciones o por negarse el Ayuntamiento, como en el caso de San Martín de Losa, donde su alcalde nos aconsejó que no siguiésemos buscando pues “él no era partidario de arrendar los montes a forasteros”. Al no encontrar pastos en el valle, buscamos por las zonas aledañas, como Medina de Pomar (Villarán), Merindad de Cuesta Urría (Lechedo, Hierro y Vallujera) y Valle de Tobalina (San Martín de Don). Al final encontramos un pequeño monte de 85 Has., en Pinedo, Valle de Valdegobía, (Álava). Este monte, aunque pequeño y de poca calidad de pastos, estaba cerrado por una alambrada, tenía agua todo el año, un precio asequible y era el único disponible en aquella ocasión, de manera que el 30 de enero del 87 cerramos trato con su alcalde, Eduardo Ortiz de Zárate.

 

El 1 de marzo, y después de haber reparado la alambrada, trasladamos allí a los seis potros, junto con las dos primeras yeguas, ”Tizona "y "Colada”. También construimos un pequeño pajar de madera y metimos fardos de paja, por si lo necesitaba el ganado.

 

El grupo de colaboradores ya había crecido a 15 pero con las cuotas aportadas no era suficiente para cubrir todos los gastos y sin embargo había que seguir comprando todas aquellas yeguas que racialmente lo merecieran, por lo que asumí personalmente su adquisición.

 

El 1 de abril del 88 Felipe Zorrilla accedió a venderme el “Moro”, que fue llevado a unas cuadras de Pancorbo con el fin de que pudiera recuperarse, pues su estado era ya muy malo. Una vez recuperado, le soltamos en Pinedo para que cubriera a las 11 yeguas con que contábamos en ese momento.

 

El monte de Pinedo siempre lo contemplamos como una solución temporal hasta que encontráramos otro que se adaptara mejor a nuestras necesidades. Pancorbo contaba con varios montes de diversa calidad y extensión y se encontraban desocupados, por lo que iniciamos conversaciones con ese Ayuntamiento. Su Alcalde, el Sr. Montero nos atendió con amabilidad y nos animó a hacer el traslado del ganado.

 

Al mismo tiempo informamos de nuestro proyecto a la Junta de Castilla y León, Diputación de Burgos y Ministerio de Defensa – Cría Caballar de Burgos.

 

El 12 de diciembre de 1988 asistimos a la Junta Extraordinaria de la Comisión del Registro Matricula, presidida por el General Jefe de Cría Caballar, D. Gonzalo Navarro Figueroa, y cuyo punto 7º del orden del día era: Informe sobre petición de la Asociación del Caballo Losino para el reconocimiento de la raza. En él informamos sobre los orígenes de la raza, su crítica situación, las acciones llevadas a cabo en pro de su recuperación y de la intención de crear una Asociación de Ganaderos del Caballo Losino. La Junta aprobó iniciar los trámites para la apertura del Libro del Caballo Losino. ¡Por fin, después de tantos siglos de historia, iba a ser reconocida oficialmente la raza!

 

El monte de Pancorbo presentaba un problema; su perímetro carecía de alambrada o, en los tramos en que existía, se encontraba en pésimo estado. La longitud total era de 16 km., y no encontrábamos ayudas oficiales para acometer su construcción, de manera que tuvimos que asumir personalmente la compra de los materiales y su realización.

 

En marzo de 1989 comenzamos a trasladar los caballos a Pancorbo.

 

En julio de ese mismo año presentamos al Consejero de Agricultura y Ganadería de la Junta de Castilla y León nuestro “Proyecto de Recuperación del Caballo Losino”.

 

También constituimos la “Sociedad para la Recuperación y Cría en Pureza del Caballo Losino”, cuyos socios fueron: Carlos y Bernardo Aldama Álava, Ángel Ruiz Clemente, Germán Arregui Sánchez, Eduardo de Juana Sardón y José María, Fernando, Eduardo y Ricardo de Juana Aranzana. Su capital social era de dos millones setenta mil pesetas que se dividió (en función del dinero aportado por cada socio hasta esa fecha)  en 207 participaciones, de las que ocho pertenecían a Eduardo de Juana Sardón, 164 a mí y cinco a cada uno de los restantes socios. Se tomó el acuerdo unánime de nombrarme administrador único de la Sociedad.

 

Las yeguas se adaptaban bien a su nuevo entorno. Este monte contaba con 700 Ha., con altitudes  comprendidas entre los 800 y 1.359 m., de relieve muy escarpado y cubierto de roble, haya,  encina y pinos de repoblación. Algunas zonas estaban desarboladas y ofrecían buenos pastizales, mientras otras habían llegado a criar tanta maleza que se hacía casi imposible transitar por ellas.

 

Después de la campaña de cubriciones de 1989, el viejo “Moro” murió con 24 años de edad. Fue una pena no haber podido disponer de él con anterioridad para haberle permitido dejar más descendencia pero obtuvimos nueve crías, de las que cuatro eran machos. 

 

En octubre realizamos la primera batida en el monte para recoger la ganadería, marcar a los potros, desparasitar y retirar a esos cuatro potros machos para recriarlos en unos establos de Pancorbo.

 

Estas batidas requerían, como es fácil suponer, de un esfuerzo maratoniano. Solíamos reunirnos algunos amigos y familiares y nos encaminábamos hasta un punto de la periferia del monte donde nos abríamos en mano para empujar a los caballos que previamente tenía localizados en ese sector, hacia una empalizada construida al efecto. Los caballos intentaban evitarlo huyendo al galope o embistiendo a la línea de batidores que poco podían hacer para impedir su fuga. Cada vez que esto sucedía teníamos que desandar nuestros pasos para recuperar al grupo de fugados. Una vez dentro de la empalizada “pescábamos” a los tusos o potros lechales con un lazo pendiente de una larga vara de avellano, les tumbábamos, les atábamos las patas y les marcábamos con el hierro de la ganadería en la nalga izquierda y la numeración correspondiente en la paletilla del mismo lado. Antes de soltarles les aplicábamos su dosis de antihelmíntico. Cuando terminábamos con los potros empujábamos a los adultos hacia una manga de manejo en la que teníamos dispuesto un cepo donde poderlos inmovilizar. Resultaba una operación muy peligrosa porque los animales se negaban a entrar en la manga y, cuando parecía que ya estaban embocados, se revolvían y cargaban con la máxima violencia arrollando todo cuanto encontraban por delante. Con los ejemplares más rebeldes no nos quedaba más remedio que proceder como con los potros (echarles el lazo al cuello) y era tal la furia con que se defendían que llegaban a partir las gruesas sogas de cáñamo con que estaban asidos.  A las yeguas, además de desparasitarlas, las colocábamos un cencerro para poderlas localizar en el monte con más facilidad.  Según se iban tratando a los animales se les volvía a poner en libertad, salvo a aquellos que necesitábamos bajar a las cuadras. Cuando terminábamos con ese grupo organizábamos otra batida en otro sector para atrapar al siguiente grupo o piara de caballos. La operación se prolongaba por varios días y, dado que solo podíamos reunirnos los fines de semana, llegaba a durar varios meses (especialmente cuando, con el paso de los años la ganadería se multiplicó por diez)

 

A pesar de lo expuesto de la operación, los accidentes no eran frecuentes, aunque no faltaron brechas, dislocaciones, contusiones y, en alguna ocasión, la vida de alguno de los participantes se vio seriamente comprometida.

 

Con la muerte de Moro no nos quedó más remedio que soltar a Betún, en la primavera del 90, para que empezase a ejercer de semental. Apenas tenía cuatro años pero ya le habíamos domado.

 

El 24 de abril de 1990 fuimos a Valladolid a firmar el convenio entre la Junta de Castilla y León y Sociedad para la Recuperación y Cría en Pureza del Caballo Losino, a raíz del cual, la Junta de Consejeros del Gobierno de Castilla y León, celebrada el día 12 de julio de 1990, a propuesta del Consejero de Agricultura y Ganadería, aprobó la concesión de una subvención de catorce millones de pesetas (Doc. 1) “toda vez que el objeto social justifica sobradamente la concesión, no siendo posible promover concurrencia pública al constituir la única Entidad que define en su objeto social la recuperación y cría de la raza caballar losina”. De esta subvención se entregaron 7.000.000 en el año 90, 3.500.000 en el 91 y 3.500.000 en el 92. Los compromisos que adquirimos fueron:

 

1º.- la elevación del número de yeguas de cría hasta cuarenta, en un período de tres años, y la utilización de dos sementales en campo.

 

2º.- La adquisición de un solar y la edificación de las cuadras en Pancorbo, y el cerramiento de nuevas áreas de pastos comunales en su monte.

 

3º.- La colocación de un cartel en el que se haría constar que esa explotación estaba auxiliada por la Junta de Castilla y León.

 

4º.- La puesta a disposición de la Consejería de Agricultura y Ganadería de los datos obtenidos en la explotación.

 

Después de buscar entre todas las fincas adecuadas para la construcción de las instalaciones del Centro de Recuperación del Caballo Losino de Pancorbo, el 6 de noviembre de 1990 firmamos la escritura de compraventa de dos fincas colindantes, que sumaban una superficie de 3 Hectáreas y 18 áreas, al precio de 4.250.000 Pts.

 

El 16 de febrero de 1991 firmamos el contrato con una empresa constructora, para que se hiciesen cargo de la edificación de un pabellón, un pajar y un depósito de agua, en la finca.

 

El Proyecto de Recuperación del Caballo Losino cada vez requería más dedicación y llegó al punto en que me vi en la obligación de dejar mi trabajo y residencia en Madrid y trasladarme a vivir a Pancorbo para poder atenderlo.

 

El 6 de mayo de 1991 constituimos la Asociación Española de Criadores del Caballo Losino.

 

Hasta la fecha todo marchaba bien; habíamos duplicado el censo de caballos losinos (conservábamos a Betún, a 21 yeguas fundadoras y más 44 crías nacidas durante esos años), habíamos iniciado los trámites con la Jefatura de Cría Caballar para el reconocimiento oficial de la raza y el establecimiento de su correspondiente Libro Genealógico, habíamos constituido la Asociación Española de Criadores del Caballo Losino,  disponíamos de un monte de buena calidad, de unos establos nuevos y de un Convenio con la Junta de Castilla y León que nos garantizaba su ayuda económica durante un año más y, según nos prometían, con muchas probabilidades de ser prorrogado por el tiempo necesario hasta lograr nuestros fines. También habíamos logrado avances en la divulgación de la raza; en 1990 rodamos un reportaje para el programa “El mundo del caballo” de TVE en el que contábamos los pormenores de la raza losina, su sistema de cría en semi-libertad y las metas del Proyecto de Recuperación.

 

Pero las cosas se empezaron a complicar con una serie de problemas:

No se veían lobos por aquellas tierras desde los años 30-40 pero regresaron con inusitada virulencia en el año 1992. Los lobos procedían de la reservas de Saja y Fuentes Carrionas, y descendían por la Sierra de la Tesla y los Montes Obarenes hasta Pancorbo, donde se encontraban con un fondo de saco sin salida ya que allí confluyen el río Ebro, que les limita el paso hacia el N-E, la carretera N-1, la línea de ferrocarril Madrid-Irún y la autopista A-1 (cerrada por una malla metálica), haciendo casi imposible su superación. Como no podían continuar su dispersión y no les faltaba el alimento en forma de caballo losino, llegaron a reunir una importante jauría que ocasionó muchísimas bajas. Los daños fueron en aumento con los años pero en 1997 era tal la cantidad de lobos que llegaron a matar a todos los potros nacidos aquella primavera, muchos de la anterior y varias yeguas. Incluso a los sementales se les veía cubiertos de heridas.

 

El modelo de sociedad civil que elegimos para constituir la Sociedad para la Recuperación y Cría en Pureza del Caballo Losino obligaba a cada uno de los socios a presentar la declaración trimestral del IVA. Su incumplimiento ocasional causó sanciones a algunos socios y, aunque el fin de esa sociedad no era lucrativo, tampoco estábamos dispuestos a perder más dinero por  las sanciones de la Agencia Tributaria, por lo que tomamos la medida unánime de disolver la sociedad. A partir de ese momento quedé como único propietario y responsable de la ganadería.

Pero lo que acarreó peores consecuencias fue que, coincidiendo con mi participación en la candidatura del PSOE a las elecciones municipales de Pancorbo celebradas el 26 de mayo de 1991 (elecciones que perdimos por 14 votos), las relaciones con las Administraciones se torcieron y se me cerraron las puertas en la Junta de Castilla y León, en la Diputación de Burgos y en el Ayuntamiento de Pancorbo.

 

Los siguientes ocho años fueron de dura lucha por mantener el proyecto con enormes penurias económicas y trabas administrativas.

 

La Junta de Castilla y León se negó reiteradamente a prorrogar las ayudas al Proyecto de Recuperación y me vi obligado a mantenerlo íntegramente con mi patrimonio durante los tres años siguientes.

 

El 19 de enero de 1995, en conversación telefónica con el Jefe del Servicio de Agricultura y Ganadería de Burgos, Baudilio Fernández-Mardomingo, me informa que definitivamente no se va a estimar mi proyecto ni mi solicitud de ayuda y que la única alternativa que me queda es acogerme a las ayudas de una Orden que se publicaría próximamente.

 

El 4 de julio de 1995 se publicó en el B.O.C. y L.- nº 127, la Orden de 28 de junio de 1995, de la Consejería de Agricultura y Ganadería, por la que se regulan las ayudas para fomentar métodos de producción agraria compatibles con las exigencias de la protección y conservación del espacio natural. Entre sus objetivos está la conservación de razas en peligro de extinción, y una de las razas beneficiadas era el caballo losino.

 

A los pocos días me puse en contacto con Baudilio Fernández para hacerle ver que las ayudas contempladas en esa Orden eran muy escasas (10.000 Pts. por animal), que con tan poca cuantía no se podría desarrollar ningún proyecto, sino, tan solo mantener con grandes dificultades el ganado existente, que en su artículo 14.2 establecía que los ejemplares tienen que estar inscritos en el Libro Genealógico de su raza, pero que éste aún no había sido creado, a pesar de la insistencia de la A.E.C.C.L., que esto podría acarrear problemas al no existir un sistema que determine, con absoluta claridad, que caballos son de pura raza, y, por tanto beneficiarios de esas ayudas, y cuáles no, y que los controles mencionados en su artículo 18 resultarían extremadamente difíciles con mi ganadería, ya que pastaba libremente en un monte muy escabroso y extenso. A lo que el Sr. Fernández me repuso que esa era la única ayuda posible, que estaban acelerando los trámites para la creación del Libro Genealógico y que de los controles no me tenía por qué preocupar ya que esos eran artículos redactados a nivel genérico pero que luego sería él el encargado de interpretarlos y que en el caso de la raza losina no se aplicarían con rigor ya que él conocía muy bien cuáles eran las dificultades que presentaba su manejo.

 

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Los caballos pastaban en un monte muy escabroso y extenso.

 

El 28 de julio de 1995, en vista de que no podía conseguir de la Junta de Castilla y León una ayuda específica para el desarrollo del Proyecto de Recuperación, y que las necesidades económicas por las que estaba pasando no me dejaban más alternativa, presenté la solicitud para acogerme a las ayudas contempladas en la citada Orden.

 

El 17 de octubre de 1997 vinieron, sin previo aviso, dos veterinarios de la subdelegación de la Junta de Castilla y León en Miranda de Ebro a hacerme un control ganadero con relación a la solicitud de la ayuda a las razas en peligro de extinción. Les informé que en ese momento no había en los establos más animales que algunos potros para su doma, que el grueso de la ganadería, como es habitual, pastaban en el monte, y que si querían podíamos subir al monte para intentar verlos. Dijeron que tendrían que dar cuenta a sus superiores y se marcharon.

 

El 24 de octubre de 1997 se personaron repentinamente en las cuadras Baudilio Fernández-Mardomingo, Paloma Delgado (Jefa de Ayudas) y dos veterinarios, a realizarme una inspección de la ganadería, En esa ocasión tenía el mismo ganado que el día 17. Baudilio me increpó que mi obligación era tenerlos recogidos para la ocasión, que se levantaría acta negativa de la inspección y que las consecuencias podrían ser la pérdida de la subvención del año y la devolución de las obtenidas con anterioridad. Le recordé lo que habíamos hablado al respecto en su despacho, antes de asumir los compromisos, a lo que la Jefa de Ayudas alegó que las inspecciones administrativas eran ineludibles y que a mí me había tocado por ser el mayor propietario de animales de la raza losina.    

 

El 28 de enero de 1998 recibí un escrito de Paloma Delgado, Jefa de Ayudas de la Delegación de la JCyL en Burgos, en la que me informa de la obligatoriedad de tener identificados individualmente a todos los animales en un par de meses. Esa identificación tenía que ser inexcusablemente mediante microchip. El sistema de identificación mediante microchip es óptimo cuando se trata de animales dóciles y está especialmente indicado para animales de compañía, pero es prácticamente inútil en el caso de caballos cerriles criados en extensivo ya que cada vez que se quiere comprobar su identidad es imprescindible capturarlos para pasarles el lector, mientras que el sistema usado por mí, de marca a fuego, resultaba incomparablemente más práctico para el control de este tipo de animales.

 

Por Resolución de 3 de diciembre de 1998, de la Dirección General de Agricultura y Ganadería de la Junta de Castilla y León, se desestimó mi solicitud de ayuda al fomento de razas autóctonas en peligro de extinción, correspondiente al año 1998.

 

El 8 de marzo de 1999 tuvo lugar en el Ayuntamiento de Pancorbo una reunión del Concejal de Agricultura y los ganaderos del municipio, para tratar sobre el asunto de los pastos. En esta reunión se nos informó que ya no teníamos derecho a los pastos comunales gratuitos ya que nuestras ganaderías las consideraban industriales y no familiares. Este mismo Concejal había sido copropietario de una ganadería de más de 250 vacas que pastaron durante muchos años en los montes comunales de Pancorbo de forma gratuita. Entonces no existían estas clasificaciones.

 

Si desde el 91 al 99 fueron años difíciles lo peor estaba por venir cuando, el 13 de junio de 1999 ganamos las Elecciones Municipales y resulté elegido Alcalde del Ayuntamiento de Pancorbo.

 

Unos meses después recibí una carta certificada de Dionisio Barcina, Alcalde de la Junta Vecinal de Obarenes amenazándome con la destrucción del sector de alambrada que dividía los términos de Pancorbo y esa pedanía.  Le contesté con otra carta certificada en la que le advertía que esa alambrada era el único medio con que contaba para contener al ganado dentro de los límites del monte y que su destrucción supondría su fuga y el consiguiente daño en los cultivos, de los que él sería responsable. A pesar de lo cual continuó con el plan establecido.

 

Efectivamente, los caballos se escaparon y fui demandado por los daños causados en sus fincas.

 

Prácticamente todas las fincas de Obarenes son propiedad de Dionisio Barcina pero eran explotadas por la S.A.T. “El Cañizal” (integrada por la familia Barcina) o por personas interpuestas, causa por la que mi abogado (inexplicablemente) fue incapaz de establecer una relación directa entre quien me reclamaba los daños (el arrendador) y quien era su causante (el propietario) y fui condenado a pagar unos dos millones de pesetas.

 

Entre tanto la presión de la J.C. y L. no cesaba. El 25 de enero del 2000 me fue remitida la Resolución de 3 de diciembre de 1999 de la Dirección del Fondo de Garantía Agraria por la que se desestimaba mi solicitud de Ayuda al Fomento de Razas en Peligro de Extinción correspondiente al año 1999. (Doc. 13)

 

Repuse la alambrada pero en los años sucesivos se repitió la misma actuación.

 

En 2004 ya estaba completamente arruinado y los daños no se limitaron al sector de Obarenes sino que se causaron en muy diversos puntos de su perímetro, afectando a otros muchos labradores de los seis pueblos con los que linda el monte de Pancorbo. Ya no podía mantener a los caballos dentro del monte, atender las demandas de los labradores y reparar los continuos daños que me estaban causando en la alambrada. Mi abogado seguía sin encontrar la fórmula jurídica que pusiera justicia en esa situación y yo había llegado al límite de mis posibilidades, los labradores aporreaban mi puerta de día y de noche, empezaron a aparecer caballos muertos por disparos. Hablé con el Subdelegado del Gobierno y con otras muchas autoridades y políticos pero sin resultados. Intenté buscar otros lugares a donde poder llevármelos pero no lo logré. Ya no me quedaba más alternativa que vender la ganadería y marcharme en busca de un trabajo pero ¿Quién podría estar interesado en comprar más de trescientos caballos salvajes? Solo encontré a un tratante de ganado que los quería para mandarlos al matadero pero yo no estaba dispuesto a destruir el trabajo de veinte años y  con ello a la raza caballar losina. No me quedaba más alternativa que marcharme y forzar la situación para que la Junta de Castilla y León interviniese y pusiese remedio a lo que yo ya no podía solucionar, cosa que hice a primeros de febrero de 2005.

 

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Estos tres potros aparecieron muertos (flechas) en Cascajares de Bureba.

 

Ahora hace seis años que me marché de Pancorbo y, aunque fue muy doloroso, creo que tomé la decisión adecuada ya que, tanto la raza losina como yo, seguimos vivos.

 

 

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